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La sombra del Pescador y la mirada de la Justicia

—Te aseguro que yo tampoco dudaría mucho más en creer, si no en Dios, sí en lo que algunas personas buenas son capaces de conseguir bajo su benéfica influencia.
—Lo dices con mucha convicción… —Y sé que cuando enfatizas así algo que dices, es porque en verdad lo consideras cierto.
—¡Pues claro! Cuesta mucho creer en algo que no ves y además no puedes tocar, de lo que parece que no hay evidencias claras y que además es utilizado como sombrilla por la empresa más antigua de la humanidad, que día tras día te bombardea con consignas que sus propios directivos y empleados no cumplen. Este hombre sin embargo, que calza sus pies planos con unas botas ortopédicas provistas de plantillas, que lleva al pecho una cruz de humilde plata en lugar de valioso oro, que se mueve entre la multitud de fieles en un coche descubierto y no blindado, que va a la iglesia andando en lugar de en limusina, que ha renunciado al Palacio Apostólico (aunque sea temporalmente) para vivir en la más humilde residencia de Santa Marta, que se encargó personalmente de pagar la factura de su residencia antes de ser elegido como Obispo de Roma y líder espiritual de un 33% de la población mundial,… ha conseguido en quince días lo que sus predecesores no habían logrado en varios siglos: que creyentes y no creyentes le respeten, le quieran y le admiren, no por lo que representa, sino por lo que dice y, porque lo que dice, lo hace. Tiemblen los curas y grandes jerarcas de la Iglesia que desde el púlpito se dicen pastores de ovejas, pero que rehúyen siempre que pueden (y eso es casi siempre) mezclarse entre ellas escudados en su rango,… porque el Jefe les ha dicho que quiere pastores que huelan a oveja. Nada de comerse solamente el queso, no… También deben oler a oveja, y eso solo se consigue acercándose mucho a ellas. ¡Me entusiasma, che!
—Ja, ja… Algo tendrá el Papa cuando lo bendicen… No hace falta que lo jures; lo dices con una convicción, que no me caben dudas. —Puedo leerlo en tu rostro como si lo hiciera en un libro abierto.
—Amigo mío, a la Iglesia católica le ha salido un brote verde. Es tiempo de renovación —¡que ya hacia falta!— y grandes cambios con los que confío podamos acercarnos a los dos tercios restantes de creyentes de otras religiones. Porque una cosa es predicar y otra dar trigo, y este argentino viene dispuesto a las dos cosas.
—Y todas las señales indican que las cosas van por ahí. Es verdad que este papa tiene grandes retos por delante, como la participación de la mujer en la Iglesia —que también cientos de miles de ellas creen en Cristo y son mayoritariamente quienes enseñan a sus hijos a rezar y creer desde bien pequeños— y, sobre todo, recuperar el prestigio y el respeto social, que poco a poco han ido perdiendo a fuerza de escándalos e intransigencia. Son tiempos nuevos y la Iglesia también debe adaptarse, como lo hizo el Mensaje desde el «ojo por ojo…» al «si recibes una bofetada en una mejilla…».
—Cierto. Me emocionó que el Jueves Santo, celebrara la misa en un reformatorio —y no en la basílica de San Juan de Letrán—, donde escenificó el lavatorio de pies que Cristo efectuó a los apóstoles, según cuenta la Biblia; Francisco lavó y besó los pies de todos los presos, incluidas dos mujeres, una de religión musulmana. Seguramente no veremos nosotros a una mujer como papisa, pero sería bueno empezar a verlas celebrando misas e impartiendo bendiciones, y eso, sí espero verlo pronto gracias a Francisco I.
—Pues ahora que le has llamado con su nombre completo, me has recordado que en prácticamente todas las noticias le nombran solo como Papa Francisco, sin añadirle el valor ordinal romano, lo que me lleva a una reflexión: antes que el primero, está el principal. El Papa Francisco —a quien muchos ven ya como otro «Papa Bueno», sobrenombre otorgado a uno de sus predecesores, Juan XXIII—, además de ser el primero que se llama así, es el primer papa jesuita, el primero del continente americano y el primero con un solo pulmón, y decidió utilizar para su pontificado el nombre de otro gran humilde, Francisco de Asís, por lo que sin solemnidades de ningún tipo, le cae mejor esta forma de referirle. Así que, lo llame como lo llame la Historia, ya se ha ganado el derecho a ser solamente Francisco, porque ya no habrá otro que pueda ser el primero. Y desde que fue elegido, la sombra del Pescador cubre de nuevo a todos los fieles, esta vez con una nueva ilusión y una mayor esperanza.

No es tu entusiasmo contagiado el que me hace hablar así, porque si yo mismo no creyera como tú en este hombre de mirada franca y sonrisa abierta —llamado a crear una revolución en la Iglesia católica, cuyos cimientos puso el primer día de su pontificado y refuerza cada minuto con sus palabras y sus gestos—, haría rato que estaríamos hablando de cualquier otra cosa Pero los medios coinciden en la cercanía que transmite y lo alejado que está de la pompa y el boato. Quizás eso le reporte bastantes dolores de cabeza a causa de la curia o los fieles más ortodoxos, pero si no desfallece en el empeño, el Papa Francisco pasará a la Historia como el verdadero valedor del Cristianismo, después de Cristo, porque este Papa sí tiene su referente en todo lo que supuestamente enseñó el de Galilea que, hasta donde se sabe, vivió como murió: sin lujos ni ostentación y, si tuvo pensamientos de cómo debería ser su Iglesia, sin duda debieron de ser muy parecidos a estos de Francisco I. No le resultará fácil seguir adelante porque lamentablemente, la Iglesia tiene sus inquisidores encargados de preservar el negocio, tarea en la que serán ayudados fielmente por los creyentes más tradicionalistas; por encima de Dios si fuera necesario, aunque, francamente, no imagino un rebaño de ovejas rebelándose contra su pastor, sin concluir que es una aberración.


Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco I

—¿Y qué me dices de la juez Mercedes Alaya? —Me preguntas y, lo siento, pero no he podido evitar cerrar los ojos para rememorarla; estos días pasados se ha hablado tanto y bien de ella, acompañando cada comentario o noticia con una imagen suya, que me cuesta seleccionar solo una, porque en todas aparece como una mujer distinguida, con un porte que tira de espaldas —siempre arrastrando una maleta que debe valer siete veces su peso en oro, por la cantidad de sinvergüenzas que se hicieron del mismo a costa de los ciudadanos, y cuyos nombres ya deben figurar en los cientos de legajos que la juez pasea camino al juzgado—, y porque si eso no llamara suficientemente la atención y nos moviera al interés por los detalles, además es la juez que nos está ayudando a creer que la justicia todavía existe.
—Más que decírtelo a ti se lo diría al equipo formado por los llamados jueces estrella, que aparecen todos lo días en lo noticiarios por sus luchas intestinas de poder, en lugar de por ejercer de forma callada y eficiente la tarea que se les ha encomendado —léase el caso Bermúdez vs. Ruz, más parecido a una reyerta con puñaladas traperas que a una disquisición legal—, que no debería ser otra que la de compartir diligencias si fuera preciso, para llevar a los delincuentes a lo que no deja de ser su hábitat natural y de donde no debieran salir: la cárcel. Les digo a esos jueces que presten más atención a dos de sus colegas, que van ganado en silencio las simpatías que mientras vociferan pierden ellos.
»Mercedes Alaya, «la Dama de Hierro de la Justicia», (titular del Juzgado de Instrucción nº 6 de Sevilla) y José Castro (Titular del Juzgado de lo Social en Mallora) —la primera sevillana y el segundo cordobés… ¡Jolín! ¡Para que digan que los andaluces solo beben y sestean!—, que se proponen, limpiar bien bajo la alfombra de los falsos ERE de la Junta de Andalucía (Ella) y la del caso Nóos —tras haber resuelto el caso Palma Arena—, en el que ha imputado a Urdangarín, a Torres y… —Y ya veremos si el dueto no se convierte en un terceto, incluyendo una voz femenina— (Él). ¡Son mis héroes! ¡Los dos!
—Ya veo, ya veo… Verdaderamente, es una pena que dos profesionales estén trabajando duro por esclarecer la verdad y condenar a los culpables, mientras otros malgastan el dinero del contribuyente ralentizando el curso ágil de la justicia y haciendo perder el tiempo a otros jueces que, en lugar de dirimir lo que no son más que pataletas de niños malcriados que solo buscan el titular de prensa, podrían dedicarse a dar salida a casos que están criando moho en los juzgados.
—Desgraciadamente, la resonancia mediática es muy golosa en estos tiempos. Hay que buscar ese titular como sea. “¡Que hablen de nosotros, aunque sea mal!”, deben de pensar. A fin de cuentas se les ha dado ese poder y lo utilizan, lo triste es que lo hagan en su beneficio.


Mercedes Alaya y José Castro

—¿Comemos?
—Sí, vayamos a comer. A ver si te gusta el restaurante donde he reservado mesa, pero sobre todo, a ver si te gustan las especialidades de la carta.

Tu invitación a dejar el resto del coloquio para los manteles, ha tenido la virtud de hacer desaparecer como por ensalmo una suerte de enfado cósmico contra quienes menoscaban la confianza de la sociedad en la judicatura. Afortunadamente el cosmos es grande y en él tienen cabida todo tipo de estrellas, pero, ya se sabe, unas siempre brillarán más intensamente que las demás. Y lo harán por su propia luz, no por la que roban a otras.

Sonrío mientras recojo las llaves y la documentación del coche, porque acaba de venir a mi memoria un pasaje que leí en un diario, en el que se describían como verdes los ojos de la juez más popular en España, Su Señoría Dª Mercedes Alaya, popular y admirada, a la par que respetada, por el tesón con que instruye una causa que como andaluz me llena de bochorno y con seguridad también a ella. La característica del color de sus ojos no había podido apreciarla en las muchísimas fotografías suyas que circulan por la Red, así que me sorprendió gratamente leer ese detalle.

Y vuelvo a sonreír cuando como un relámpago cruza mi mente un benévolo pensamiento que calificarían como machista:
«¡Y además es guapa!».

Con mi agradecimiento

* * *

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