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Equipaje ligero

La sobremesa en este primero de junio y tras una deliciosa comida, más por la compañía que por las viandas, me lleva de nuevo a plantearme lo muy importante que es poder contar siempre con alguien con quien departir.

En un mundo interconectado globalmente, estamos, paradójicamente, cada vez más solos. Pasamos más tiempo ante el ordenador hablando con gente a la que no conocemos personalmente, que con aquellas personas que podrían hacernos sentir más cerca de lo que en realidad somos: entes necesitados de calor humano y de afecto.

Las redes sociales nos han permitido llegar cada vez más lejos y a más gente, pero al mismo tiempo nos esclavizan frente a la pantalla del ordenador o del smartphone, mediante los cuales hacemos acopio de seguidores, que no de amigos.

Hablamos más con los pulgares que con la boca, y eso hace que de vez en cuando nos asombremos de escuchar el sonido de nuestra propia voz, ya casi una desconocida. Si hiciéramos la prueba con cualquiera de estas personas que nos rodean, muchas de ellas jóvenes, nos contestarían a cualquier asunto que les planteáramos con no más de 140 caracteres.

Es el precio que debemos pagar por disponer de la facilidad de hablar de cualquier cosa, con cualquiera que quiera asomarse a nuestro perfil durante un rato para comprobar cómo de profundo es nuestro sentido común.

El ambiente es tranquilo y apacible en el gran salón de este restaurante donde las mesas están colocadas con verdadero gusto, permitiendo a los comensales que disfruten de la compañía de otros, pero sin restarles ni un ápice de su intimidad y de la oportunidad de conversar sin estridencias.

—¿Con qué te quedas de todo lo que hemos degustado? —Me preguntas de pronto.
—Con tu compañía, por supuesto. Como siempre.
—¿Ya tienes planificadas tus vacaciones para este verano?
—No. Esta vez, y como suele ser habitual en mí, dejaré que el viento me lleve donde quiera.
—¿No es eso arriesgado? Por la reserva de hotel, lo digo.
—No es esa la experiencia que tengo, ya que cuando permito que el coche me lleve, siempre lo hace a lugares no demasiado concurridos, por lo que no encuentro problemas de alojamiento.
—¿Algo que sí llevarás, además de ropa…?
—Un par de libros… de papel. Ya tengo elegidos los títulos: «La montaña mágica» de Thomas Mann, regalo de una sobrina con nombre de noble castellana a la que quiero mucho, y «Uno de los muertos», una buena novela negra, escrita por un antiguo compañero de Radio Salud, Carlos Luria, a quien le perdí la pista hace muchos años. Creo que tendré bastante con esos dos, pero si me saben a poco, compraré otro en el lugar donde esté.
—La cosa promete…
—Sí. Confieso que la lectura es una adicción para mí. Y la música, por supuesto, así que también pienso llevar un reproductor de mp3 con una buena carga de canciones.
—¿Y qué es lo que no meterás en la maleta?
—¡El ordenador, por descontado! No pienso ni mirar el correo.
—¿Eres capaz de pasar más de veinte días sin ese compañero omnipresente?
—Lo cierto es que estando fuera de casa no lo echo de menos.
—Pero el móvil te permite lo mismo…
—No es ese el uso que doy al móvil; lo utilizo para hacer algunas llamadas y estar al tanto de que los míos están bien. En definitiva, aunque es capaz de permitirme muchas más cosas, solo lo empleo como teléfono. ¿Soy raro, verdad?
—Un mirlo blanco, diría. De los que ya no quedan.
—Muchas gracias. Lo cierto es que lo usaré una vez para algo más que hablar: para publicar mi entrada mensual en el blog. Salvo eso, solo lo cogeré para llamar o para descolgarlo cuando me llamen. ¿Y tú ya sabes dónde irás?
—No; tampoco. Lo tengo que decidir.
—¿Tú sí te llevarás el portátil?
—¡Ah! Desgraciadamente, mi trabajo no permite que desconecte ni en vacaciones… Así que, sí, lo tendré que llevar junto con el equipaje.
—Esa es otra servidumbre que no podemos obviar en los tiempos que corren. Pero bueno, siempre podrás encontrar un hueco para hacer algo que te guste y que te haga considerar que de verdad estás de vacaciones. Y ni que decir tiene, que puedes llamarme si te aburres mucho… Dejaré la lectura o la música para departir un rato contigo.
—¡No esperaba menos! Cuenta con ello.
—Ya que tenemos la oportunidad de estar en contacto desde casi cualquier sitio, aprovechémosla.
—Por esa razón, además, me llevaré el móvil.

Terminados los cafés y con el compromiso previo de no hablar hoy de políticos y corrupción, que van tan unidos como la cabeza al tronco, seguimos la conversación con otras cosas intrascendentes para los demás pero importantes para nosotros, que nos reunimos precisamente para dejar en evidencia que la vida es algo más que 140 caracteres, aunque bien es cierto que esos nos permiten dar un puñetazo sobre la mesa de vez en cuando y decir que aunque parezca que no tenemos voz, si somos capaces de pensar.

Los comensales se van retirando de forma tranquila, como si no tuvieran prisa alguna. Nosotros que tampoco la tenemos, seguimos conversando.

Con mi agradecimiento

* * *

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