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Saber decir adiós, aunque duela

En el preciso instante en que te he mirado a los ojos, he percibido una sombra que me anticipa que tu visita no será hoy tan alegre como en meses anteriores.

Mi habilidad para detectar esa peculiaridad en tu carácter siempre te ha sorprendido, lo que ha propiciado no pocas conversaciones en torno a ella.

Pero esta vez es diferente. Noto un cosquilleo familiar, precursor de que lo que hayas de decirme no va a gustar a ninguno de los dos.

La segunda señal de alarma, ha sido anticipada por el hecho de que hoy no portas el habitual paquete de periódicos en los que sueles encontrar la información que luego debatimos.

Y más allá de lo que expresan tus ojos y tus gestos, tu semblante serio y reconcentrado, de pronto el ambiente se ha cargado de una tensión que me preocupa grandemente.

No te has dirigido a la cafetera, como sueles hacer en cuanto llegas, así como tampoco has curioseado por la discoteca en busca de un disco que amenice nuestra charla.

Te encierras en un mutismo hosco y distante, apesadumbrado y doloroso, con la cabeza gacha y la mirada perdida en el suelo en el que parece que no encuentras la determinación que estás buscando.

Durante lo que me parece una eternidad, ninguno dice nada porque el silencio es más elocuente que las palabras. Claro está que al final habrá que ponerle nombre a ese misterio, pero aún hay que encontrar el adecuado.

Tanta presión me está aguijoneando el alma. Sé que me dirás lo que quiera que sea que te tortura…, pero hoy no tengo ninguna prisa. En realidad, creo que preferiría que no me lo tuvieras que decir.

Bruscamente, sin saber por qué, me invade una extraña sensación de orfandad; no entiendo la razón, pero tu actitud callada y distante me sabe a despedida.

En la opresión que nos envuelve, me parece oír los latidos apresurados de tu corazón…, aunque quizás sean los del mío. O tal vez solo sea una percepción imaginada y no sensorial.

Como me precio de saber escuchar, presto atención también a tu hermetismo, que hoy se expresa con una claridad abrumadora poco conocida. También en el silencio podemos hallar las respuestas.

—Tengo que marcharme. —Me ha costado escucharte; tu voz, apenas un bisbiseo casi inaudible, ha pronunciado esas tres palabras con una carga emocional demoledora.

—¿Ya…?

—No… Tengo-que-marcharme…

Sé a qué partida te estás refiriendo. Hubiera preferido equivocarme, pero no ha sido así. Mi temor se ha confirmado. Dado el primer paso, ahora hay que dar el segundo.

—¿Y a dónde te vas?

—A Estados Unidos.

—Ese país es muy grande…

—A Nueva York. —Con un laconismo muy poco frecuente en ti.

—Es el lugar que yo hubiera elegido como destino en ese país; te alabo el gusto.

—No me voy por placer, ni es deseo mío, sino de la empresa para la que trabajo.

—Si la empresa te ha elegido a ti, es porque eres la persona más capacitada. En estos tiempos, mejor esa ciudad que la cola del paro en esta.

—Me he enterado esta misma mañana. Eres el primero a quien se lo cuento.

—¿Será por mucho tiempo?

—Por el momento no hay un plazo definido. Tres meses… Tres años…

—Te echaré de menos, pero seguiré estando aquí para escucharte cuando tengas un momento y quieras que hablemos. Ni la distancia, ni la diferencia horaria, suponen ahora ningún problema para eso, aunque puede que tu trabajo sí.

—Tendré que dedicar un tiempo a buscar un piso donde vivir… Entre eso y el trabajo, lo tendré complicado durante unos meses.

—No te preocupes; márcate un ritmo…, que cada cosa irá llegando.

—Cada mes en este día, sentiré un gran vacío.

—Igual me pasará a mí, no lo dudes.

—¿Con quién debatirás ahora?

—Pues quizás yo también haga mudanza y aparque por tiempo indefinido las tertulias…

—Créeme si te digo que me duele no poder conversar contigo como lo hemos hecho hasta ahora, si bien es cierto que el horizonte que se abre ante mis ojos es verdaderamente prometedor.

—No me cabe la menor duda de lo primero y estoy perfectamente convencido de lo segundo.

—¿Y qué harás con el blog donde transcribías nuestras conversaciones mensuales? ¿Sobre qué escribirás? En todo caso, tendrás que cambiar el formato…

—O también puedo dejar el blog en stand by

—¿Lo dices en serio?

—Ya he tenido que decir adiós otras veces y a cosas más dolorosas… No resultará especialmente difícil esta vez.

—¿Cómo es eso que acostumbras a decir…? «Hay que saber decir adiós».

—Me costará más decirte adiós a ti, aunque sepa que no es definitivamente.

—De eso puedes estar seguro: Nueva York solo está a 6.200 km en línea recta sobre el mapa y a 7 u 8 horas de vuelo.

—Tan cerca… y sin embargo tan lejos.

Vista nocturna de Nueva York

—¿Vivirás en la Gran Manzana o elegirás alguna población cercana, menos bulliciosa?

—No tendré más remedio que elegir el bullicio.

—Te irá bien, ya lo verás. Acabarás acostumbrándote a comer pavo en el Día de Acción de Gracias y darás unos cuantos empujones en algún comercio el Black Friday. Por no mencionar el placer de patinar en Central Park o en el Rockefeller Center.

—No sabes cuánto te agradezco tu buen ánimo.

—¿Vamos a deprimirnos por lo que es una magnífica oportunidad para ti?

—Mantendré el contacto regular contigo por mail o por WhatsApp.

—Sobre todo no olvides enviarme muchas fotos…Y algún vídeo mientras paseas por las grandes avenidas de la ciudad. Y si tienes oportunidad, que alguien te filme cuando patines… Me reiré un rato con tus resbalones.

—Haré que me graben, pero intentaré no resbalar.

—¿Cuándo partirás?

—Mi vuelo sale el próximo sábado; dedicaré estos días que faltan para organizar algunas cosas y poner a punto la maleta con lo indispensable. El resto ya lo compraré allí.

—Si no te da tiempo para todo, yo me encargo. Ocúpate solo de lo que requiera tu firma o tu presencia.

—Bien; te lo agradezco. Si te parece, seguimos hablando mientras comemos; he reservado mesa en un restaurante precioso y acogedor. Quiero que sigamos hablando de todo lo que se nos ocurra.

—Permíteme preparar antes unas cosas.

Siento una honda tristeza por tu partida, pero es mayor mi alegría por saber que el futuro se presenta halagüeño para ti.

Se cual sea el tiempo que permanezcamos con un océano de por medio, no será tanto que me impida seguir rememorando los muchos encuentros y debates compartidos.

Aunque si mi memoria se vuelve perezosa, siempre me quedará este blog donde revivir esos recuerdos y el gran apoyo que tuve en ti cuando algunas pérdidas me extenuaron hasta el límite de mis fuerzas.

Pero ahora, como si lo hiciera con un diario terminado, debo cerrar su contraportada tras la última página escrita. Por el momento.

Duele decir adiós, claro que duele… Y mucho. ¿Acaso alguien lo dudaría? Pero si hay una despedida, es porque previamente han acontecido unas vivencias. Y con ellas me quedo, porque son enriquecedoras.

No me he cansado nunca, ni lo haré tampoco a partir de ahora, de ponderarte como una persona fantástica que ha sabido encumbrar el sentido de la Verdadera Amistad, hasta la cota más alta imaginable.

Todos hemos tenido carencias y decepciones de algún tipo en diferentes etapas de nuestras vidas (también yo, como bien sabes) y podremos hablar de ellas o callarlas para siempre hasta que mueran con nosotros, pero de lo que yo no podré dolerme nunca es de haber tenido en ti el Mejor Amigo posible.

Con mi agradecimiento

* * *

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