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De vuelta a casa por Navidad

Por enésima vez, Stan Getz impregna el ambiente con los cadenciosos acordes musicales de su saxo, que no evocan para nada los días que se avecinan. Yo mismo me sorprendo al recordar que hoy es 1 de diciembre y que hace varios años, en esta fecha eran ya composiciones navideñas las que escapaban por los altavoces.

Es seguro que las cosas ya no serán nunca como fueron, pero pese a todo, todavía seguimos atrapados en la telaraña de las costumbres, porque no estamos solos y porque cuantos nos rodean en nuestro entorno más íntimo, viven ajenos a la mayor parte de nuestros recuerdos y se revisten, igual que antaño hicimos nosotros, con el Espíritu de la Navidad.

Lo que no hemos perdido es nuestro espíritu de sacrificio porque, dejando a un lado nuestros primeros deseos de no sucumbir a la fiebre consumista que hipoteca cada año nuestros ahorros, transigimos nuevamente y nos dejamos enredar por la alegría que respiramos a nuestro alrededor con la llegada de la Navidad.

Faltarán a la mesa aquellos que ya se cansaron de deambular sin rumbo por este mundo y emprendieron un nuevo viaje hacia lo desconocido, pero aunque seguirán presentes en nuestro pensamiento, intentaremos no demostrarlo para no enturbiar la alegría del resto de los comensales, que acaso sientan y actúen del mismo modo. Y por supuesto, ni siquiera tendrán mesa a la que sentarse los millones de desheredados por la vida, pero que continúan aferrándose a ella con sus exhaustas fuerzas. La Navidad es sectaria y no abraza nada más que a los pudientes.

Llevas unos minutos leyendo bastante interesado la funda de un LP que has encontrado en la discoteca, lo que me hace sospechar que finalmente acabarás por ponerlo en el tocadiscos. Le echo un vistazo a la portada y veo que el disco pertenece a Mantovani, lo cual me satisface porque creo que nadie dirige las cuerdas de los violines como él, así que coincido en silencio con tu elección.

—Amigo mío, ya tenía ganas de estar nuevamente en casa… —Entiendo que te refieres a tu regreso del viaje por trabajo que te ha mantenido lejos en las últimas semanas—. Mientras volaba de vuelta, recordaba aquel anuncio de televisión del turrón y me decía que yo también volvía a casa por Navidad.

—Reconociendo contigo que probablemente ese spot reunió a muchas familias en estos días, nadie lo ha hecho mejor que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, que al tumbar la ‘doctrina Parot’, va a permitir que asesinos, violadores y pederastas se coman el turrón con los suyos, mientras a las familias de sus víctimas se les atraganta.

—Sí… No serán unas buenas fiestas para todas esas personas, ni para muchas mujeres que caminarán de noche con miedo y mirando hacia atrás con el recelo de que puedan toparse con alguno de los violadores puestos en libertad estos días.

—Lo que me subleva, es que además nos los van a meter a todos en casa a través de las televisiones, alguna de las cuales ya tiene el contrato y el cheque firmados para que puedan repetirnos que son inocentes o que lo sienten mucho.

—Sensacionalismo periodístico en estado puro, amigo mío, pero respaldados por las firmas publicitarias que aprovecharán el tirón de audiencia para intentar hacer su agosto en Navidad, llenando un poco más la caja.

—Gracias a los tontos de siempre, que nos dejamos manipular por los intereses particulares de quienes solo buscan incrementar el share de pantalla o de audiencia oyendo a los criminales en lugar de escuchar solamente a las familias de sus víctimas.

—La noticia hoy, querido amigo, no son las víctimas, sino los asesinos. No son Miriam, Toñi y Desireé quienes venderán periódicos… Será el criminal que las violó y mató, y que ya está en libertad.

—Pues ojalá una masiva pérdida de audiencia y publicidad irrecuperables, recaiga sobre todos los medios que permitan que un asesino pueda intentar siquiera convencernos de que está arrepentido de su crueldad.


Las niñas de Alcásser

No hay nada que pueda hacer cambiar el rumbo a un programa de televisión o radio, salvo la pérdida sistemática de su audiencia. Si además menguan drásticamente los ingresos por la publicidad, la estocada es mortal de necesidad. Algún día entenderemos esto y sabremos que el poder lo tenemos nosotros y no esos predicadores que con la ayuda de una cámara o un micrófono nos manipulan a su antojo y en provecho de sí mismos, y que a poco de terminado el programa correrán en busca de los datos de audiencia para, con ellos en las manos, buscar un buen patrocinador que les asegure en el puesto y les ayude a disfrutar de unas buenas Navidades.

No se debería poder comerciar con todo; no al menos con los sentimientos de unos padres que están reviviendo el drama de la salvaje muerte de sus hijas, que hoy probablemente estarían enfrascadas en los preparativos de las próximas Fiestas y pensando en el porvenir de sus propios hijos, si un malnacido no hubiera truncado de raíz sus vidas.

¿A quién le importa que su verdugo pregone ahora cuánto lo siente, si sus víctimas ya no tienen futuro?

Con mi agradecimiento

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