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Breakfast at Catalonia Square

De nuevo ante el cristal de la ventana, con la taza de humeante cappuccino en una mano, observo la calle tranquila a esta hora temprana, en que la mayoría todavía duerme tras una noche más larga de lo habitual. Fuera, en el parque, la misma estampa.

Sonrío al pensar en que lo que se parece a un simple Déjà Vu, en realidad es en esta oportunidad una auténtica vivencia de hace justamente un año.

También ahora tengo la sensación de disponer de un año entero, para acometer todos esos proyectos viejos que buscan realizarse al fin. Pero de igual forma, ahora, compruebo satisfecho que las incertidumbres de hace un año ya mostraron su verdadero rostro; otras que ni siquiera podía sospechar, se quitaron también la careta mostrando su desconocida faz.
La paciencia persevera como la mejor actitud ante el porvenir.

Oigo pasos que se acercan y que no pueden ser de nadie más que tuyos. Acostumbras a pisar con seguridad y firmeza, conformando siempre un peculiar compás que tengo bien identificado en mi memoria.
Me vuelvo hacia la puerta por la que asomarás en breve, mientras doy un pequeño sorbo del contenido de la taza.
Cuando te detienes bajo el dintel de la puerta, muestras una amplia sonrisa que acompaña a tu saludo.

—¡Feliz Año Nuevo, amigo mío!
—Feliz Año Nuevo para ti también. —Te deseo en el instante previo al gran abrazo que intercambiamos, para, seguidamente, hacerte una invitación.

—Ya sabes dónde está la cafetera. Sírvete y ven a contarme.

Mientras te oigo preparar la infusión, voy ordenando mentalmente algunos asuntos que quiero comentar contigo. Intentaré eludir los políticos, porque ya me producen verdadera náusea.

Regresas con la taza humeante en la mano, a la que con gesto reconcentrado dispensas un sorbo corto. Te miro y aguardo a que abras el debate.

—Es terrible lo que algunos perturbados son capaces de hacerle a los niños. La matanza reciente en el colegio de Connecticut (EE.UU.) y el secuestro de la nena almeriense de 16 meses a la que finalmente encontraron muerta en una balsa, han hecho que afloren mis sentimientos más vengativos hacia quienes perpetran tales atrocidades.
—Son asuntos sobrecogedores, es cierto, pero no dejemos en el olvido las consecuencias del afán de lucro desmedido que propició la tragedia de Madrid en la víspera de Todos los Santos…
—…O las masacres sin fin en Siria o en cualquier lugar donde el dictador de turno, se aferra a toda costa a la impunidad que le brinda su cargo para asesinar impunemente a todo aquel que le planta cara. Y mientras, la comunidad internacional mira para otro lado.
—Todavía me sobrecogen las imágenes difundidas por internet que muestran a un niño sirio decapitando a un soldado del régimen tendido en el suelo. Sentí escalofríos de horror al verlas.
—Si. Yo también las vi y me preguntaba entonces, y me pregunto ahora, cómo pueden algunos adultos ser tan salvajes y alentar a un crío a que cometa un acto de esa naturaleza.
—Quizás la respuesta sea que de esa forma, se aseguran de que al ser también adulto, continúe transitando por la senda de la violencia, la que le mostraron cuando era niño. Creo que estamos necesitados de una buena lección que nos haga ser menos violentos.
—Lástima que se equivocaran los mayas.
—¿A qué te refieres?
—Pues al tan comentado fin del mundo que “habían pronosticado” para el pasado 21 de diciembre. A veces creo que merecemos el impacto de otro pedrusco como el que extinguió a los dinosaurios hace 65 millones de años, poniendo fin a su reinado de más de 160 millones de años.
—Vislumbro mucho desánimo en ti esta mañana de año nuevo.

Como única respuesta, vuelves a dar un sorbo de tu taza de café y te entregas a un ceñudo silencio. Algo te corroe, sin duda, y presiento que debe ser lo suficientemente importante como para que te vistas, precisamente hoy, con ese semblante tan poco abierto.


—¿Leíste la entrevista que el diario La Razón le hizo al presidente de la CEOE, Juan Rosell? —Tu pregunta pone fin a un largo y meditabundo silencio por ambas partes.
—¿Aquella en la que afirmó que “el 60% de las empresas españolas están en pérdidas…”? Me detuve especialmente a considerar qué quiso decir al afirmar que ”El malestar social es evidente. Y el mundo empresarial no es una excepción (…) Lo que pasa es que los empresarios somos más reflexivos y no salimos a la calle.” O sea, que los ciudadanos de a pie somos irreflexivos por manifestarnos en defensa de nuestros derechos. Según el sr. Rosell, claro.
—Ja, Ja, ja. Sí. A mi también me chocó un poco y me entretuve en pensar qué pasaría si los despidos se tuviesen que indemnizar con 60 días por año trabajado, los salarios se incrementaran anualmente con el IPC + 5 puntos (algo así como hacen los bancos, que te cobran el interés de la hipoteca según el Euribor y después le suman un generoso diferencial) y además de 16 pagas anuales tuvieran que pagar a los trabajadores dos meses al año de vacaciones. Y como las cuentas me iban cuadrando mejor, pensé además que sería interesante que el IVA lo pagásemos a medias entre empresarios y trabajadores. Por último, hice algunas cábalas acerca de si esas medidas hubieran hecho perder la capacidad de reflexión de los empresarios, empujándoles a salir a las calles… Como hacemos nosotros ahora.
—Debo reconocer que tienes una gran imaginación para diseñar utopías.
—Ya sabes que la imaginación es gratis, de momento. Cada cual coge la cantidad que quiere.
¿Y qué me dices de otra de las perlas de la entrevista, en la que añade que ”hacer más cosas con menos dinero nos gusta” (a los empresarios, se entiende)? Es evidente que se refiere a los despidos más baratos y fáciles, los sueldos más bajos y todas esas medidas que han puesto a los trabajadores contra las cuerdas y dejado a los empresarios en el centro del ring con el puño en alto.
—Pues me parece que sus palabras son el resultado de una gran reflexión, en la que debe ser un maestro porque sin reflexionar demasiado, apuntó que esas son solo las primeras medidas, ”Después van a tener que venir otras más”. Me hizo pensar en esas multinacionales y grandes firmas que contratan mano de obra china o india, mucho más barata que la nuestra, para vender muy caros después en los países más pudientes, los frutos de esa explotación. No sé, a lo peor, hablaba tras poseer información privilegiada de lo que el gobierno nos prepara para inmediatamente después de las fiestas.
—¿Qué te parece si buscamos un sitio para comer?
—Te propongo que nos hagamos unos bocadillos, cojamos unas latas de cerveza, nos vayamos a dar buena cuenta de todo ello en un banco de la plaza Cataluña, y continuemos allí nuestra tertulia. Así nos vamos entrenando, porque al ritmo que vamos, pronto no podremos comer otra cosa.
—¡Me parece fantástico! ¿Tienes por ahí unos pantalones viejos y a ser posible remendados?
—Para estar en consonancia, ¿no? Creo que podré complacerte.

Intento imaginar esa escena de la comida sencilla al aire libre, como diariamente practican miles de ciudadanos que no se pueden permitir hacerlo de otro modo, aunque por otra parte, sea lo mismo que hacen en la Gran Manzana los grandes ejecutivos que se dan un respiro, mientras engullen un perrito caliente. No hay por tanto nada indigno en comerse un bocadillo sentado en un banco; lo que de verdad importa es podérselo comer.

Queda todo un año por delante. Preñado de misterios, muchos de los cuales nos golpearán de tal modo al alcanzarnos, que nunca ya seremos capaces de recuperarnos. Un año completo para intentar materializar al fin nuestros grandes ideales.

En lo que se refiere a mí, como dijera Herman Hesse:
“He sido un hombre que busca y aún lo sigo siendo.
Pero ya no busco en las estrellas y en los libros,
sino que empiezo a escuchar las enseñanzas
que me comunica mi sangre.”

Con mi agradecimiento

* * *

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